LA FORMA DEL AGUA

LA FORMA DEL AGUA (The Shape of Water).  Estados Unidos 2017. Director: Guillermo Del Toro. Guión: Guillermo Del Toro, Vanessa Taylor. Fotografía: Dan Lautsen. Música: Alexander Desplat. Producción: Bull Productions/Fox Searchlight. Elenco: Sally Hawkins, Doug Jones, Michael Shannon, Octavia Spencer; Richard Jenkins, Michael Stuhlbarg, Lauren Lee Smith.
Nota publicada el 1/3/2018.

Por segunda vez en sus noventa años de historia (la anterior fue con El señor de los anillos), la Academia de Hollywood ha entregado su Óscar a mejor película a una historia fantástica. Esta vez fue a La forma del agua de Guillermo del Toro, y está generando polémicas.
El autor de esta nota no tiene dudas de que La forma del agua de Guillermo del Toro era la mejor de las nueve películas candidatas al Óscar de la última temporada, y hasta se siente un poco extraño al coincidir con la Academia en sus seis premios más importantes de este año (película, actores, director). Cabría algún rezongo para los ganadores a mejor libreto, sospechable concesión a la corrección política, pero eso ya es ponerse demasiado exquisito.
Lo curioso (aunque tal vez no lo sea tanto) es la polarización que ha provocado el triunfo de la película de Del Toro y su propio premio como director. La forma del agua está generando polarizaciones infrecuentes entre los espectadores (obra maestra absoluta o bodrio absoluto, con pocos matices intermedios) e incluso entre un sector de la crítica, y puede valer la pena reflexionar por qué.

Naturalmente, hay un primer “pero…”. La película pertenece a un género, el fantástico, generalmente despreciado por la intelligentsia. Lo “importante», lo “culto”, es el drama psicológico, la “atención social” o la búsqueda existencial, mientras que las películas de monstruos y sucursales son pasatiempo para niños, o algo por el estilo (aunque la cuota de erotismo de esta película en particular no resulte especialmente apta para menores). Y justamente ese género y otros cercanos constituyen el background cultural de Guillermo del Toro: el horror gótico, las películas de vampiros (que tienen una tradición propia en México), las monster movies berretas de los años cincuenta, el cómic.

De ello hay abundante evidencia en la obra previa de Del Toro: la historia de vampirismo y alquimia de Cronos (1992), el asunto de ciencia ficción vagamente inspirado en Donald Wollheim de Mimic (1997), la incursión en el universo de un cazador de “no muertos” en Blade II (2002), dos aventuras de un superhéroe realmente insólito (Hellboy, 2004; Hellboy II: el ejército dorado, 2008), una aventura de monstruos y robots muy cercana a la variante japonesa del género (Titanes del Pacífico, 2013), un gótico clásico donde sobraba empero un fantasma (La cumbre escarlata, 2015), y especialmente dos films de horror rodados en España (de hecho, dos entregas iniciales de una proyectada trilogía que acaso nunca se concluya), El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006), que resultan particularmente reveladores de la comprensión que Del Toro tiene del género y de sus alcances sociales, de la relación entre los miedos imaginarios de la fantasía y los temores reales generados por una situación de turbulencia social y política (la Guerra Civil, la afirmación del poder franquista).

Bastante de eso hay en La forma del agua, película que en parte puede ser entendida como una secuela no autorizada de El monstruo de la Laguna Negra (1954), y en especial de la segunda de sus secuelas, El monstruo vengador (1956), que al igual que ésta empezaba con el traslado a un laboratorio norteamericano de un humanoide con branquias, desde América del Sur a un laboratorio del gobierno norteamericano. Las diferencias empiezan empero ahí: si en El monstruo vengador la criatura se hartaba del injusto maltrato recibido en las dos películas anteriores y salía a romper cosas, en ésta se convierte en objeto de atención y cariño de una de las limpiadoras del laboratorio quien, junto con un par de amigos, intentará ayudarlo a escapar.
La ubicación de la acción a principios de los años sesenta (“esta historia ocurrió durante los últimos tiempos del gobierno de un príncipe justo”, informa al principio una voz en off en clara alusión a Jack Kennedy) permite instalar como trasfondo los temores de la Guerra Fría, y añadir datos de racismo y homofobia como motivación de la conducta de alguno de los personajes. En último término, el gran tema de la película es el de la literatura fantástica en general: la soledad del diferente. A los diferentes, como se sabe, los llamamos monstruos. No es casual que, en la película, quienes empatizan de inmediato con el “monstruo” sean justamente los marginados, otros “diferentes”: la protagonista muda, su amiga negra, su compañero de departamento gay. ¿Estereotipos? Más bien arquetipos, recurso legítimo en un cine de géneros, categoría en la que la película se ubica sin rubores.

De todos modos, hace tiempo que se sabe que una película no es su tema. La calidad de La forma del agua está, por cierto, en su libreto, pero también en su espléndido, sugestivo diseño de producción, en la envolvente banda sonora de Alexandre Desplat, en la solvencia del elenco, en el firme pulso narrativo exhibido por Del Toro. No es una obra maestra (este año no hubo), pero está cerca.

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

Autor: Guillermo Zapiola

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

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