FRESA Y CHOCOLATE

FRESA Y CHOCOLATE. Cuba/México/España 1993. Directores: Tomás Gutiérrez Alea, Juan Carlos Tabío. Guión: Senel Paz. Fotografía: Mario García Joya. Música: José María Vittier. Elenco: Jorge Perugorría, Vladimir Cruz, Mirta Ibarra, Francisco Gattorno.
Nota originalmente publicada el 12/6/1995

Los propios cubanos han entendido que no se trata solamente de un alegato contra la discriminación hacia los homosexuales, aunque ése sea el aspecto más visible y llamativo de Fresa y chocolate. Con toda deliberación, el libretista Senel Paz y los directores Tabío y Gutiérrez Alea han hecho que su homosexual sea también un disidente político y un creyente religioso, con lo cual arriesgaban convertir al personaje de Jorge Perugorría en un verdadero compendio de lo “mal visto” desde la perspectiva de las polvorientas ortodoxias comunistas. Que la película funcione como comedia y como drama, pese a algunas simplezas de planteo, es empero un mérito colectivo de guionista, realizadores y elenco que justifica, más allá de obvias razones de oportunidad y hasta oportunismo, su éxito hacia públicos internacionales y su figuración entre las candidaturas al Oscar.

Lo que el honesto pero bastante ingenuo Vladimir Cruz, disciplinado miembro del Partido, virtuoso retransmisor de consignas sobre la Construcción del Socialismo, aprende a través de su amistad con Perugorría es en último término bastante evidente: el que piensa o actúa distinto, en política, en religión y en opción sexual es también un ser humano que debe ser respetado como tal. Y aunque Cuba no tenga ciertamente la exclusividad de la intolerancia, el mensaje no parece superfluo en una sociedad que durante más de tres décadas deshumanizó a sus disidentes con el epíteto de “gusanos” (según famoso cartel por el que alguien debería pedir disculpas) y en la que todavía queda gente que supone que una sátira moderadamente crítica (Alicia en el pueblo de Maravillas, de Daniel Díaz Torres) significa “hacerle el juego al enemigo” y es mejor sacarla de cartel a los cuatro días del estreno aunque el cine esté lleno.
Hace algunos años, Gutiérrez Alea, que es marxista pero no uno esquemático, podía escribir sin embargo, refutando el término “liberalismo de izquierda”, que “no se puede ser liberal y de izquierda”.

A la altura de Fresa y chocolate cabe razonar que, sin renunciar a su izquierdismo, el cineasta se ha acercado a sus denostados liberales en la noción de que el mundo no es en blanco y negro sino que incluye los infinitos matices del color, un punto de vista al parecer compartido por los propios espectadores cubanos que han hecho de la película un éxito a pesar de que las autoridades suelen declarar que no han tenido tiempo de verla. Habida cuenta de los cambios que la sociedad cubana y mundial ha conocido en los últimos años no podía ser, tal vez, de otra manera: nadie cree hoy en las nítidas divisiones entre “buenos” y “malos” ni que la Revolución Mundial vaya a triunfar la semana que viene, y hasta los estudiantes de la Universidad de La Habana, famosos por su sentido del humor, llaman a los cursos de Materialismo Histórico “la clase de ciencia ficción”. En ese contexto, la reivindicación emprendida en la película de los principios de la comprensión y la tolerancia tenían que encontrar un terreno inevitablemente abonado.

Gutiérrez Alea, Tabío y Paz saben, de todos modos, hasta dónde pueden llegar. Su película es crítica, pero en definitiva interior al sistema: cuestiona conductas rígidas y esquemáticas y aspira a eliminarlas para mejorar la sociedad, sin que esa mejora implique de hecho cambios cualitativos esenciales. En último término, sus alcances no exceden los de la cinematográficamente inferior Alicia, e incluso los de Plaff del propio Tabío, una sátira muy divertida que ponía en la picota la tendencia paranoica a ver traidores y contrarrevolucionarios hasta debajo de las piedras. De alguna manera, esas dos películas marcan el límite de lo que el cine cubano se anima a cuestionar (es decir, casi todo menos a Fidel); Alicia lo hizo indirectamente, y pasó lo que pasó. Por otra parte la película toma una precaución adicional al ubicar su acción en el pasado (fines de los años setenta), con lo que se convierte en un ejemplo de “crítica social retrospectiva”, aunque algunos deliberados anacronismos ayudan a entender que hay cosas que valen igualmente para tiempos más cercanos.

Ninguna de esas consideraciones afecta el interés de Fresa y chocolate, que no solo aporta una postura sensata y compartible sino que lo hace, además, con recursos de buena ley. Su lenguaje es simple y comunicativo, apela al humor pero sabe detenerse al borde de la caricatura sin incurrir en ella, y se las arregla para crecer en dos o tres momentos claves hasta un legítimo manejo de la emoción. Ciertamente uno de sus apoyos es la actuación de Jorge Perugorría, que tiene entre manos un personaje peligrosamente cercano al estereotipo, pero lo vuelca con una considerable sutileza que incluye la “sobreactuación” en las escenas intimistas y la mayor contención en las salidas al exterior.

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

Autor: Guillermo Zapiola

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *