FRANKENSTEIN

FRANKENSTEIN (Mary Shelley’s Frankenstein). Estados Unidos 1994. Director: Kenneth Branagh. Guión: Steph Lady y Frank Darabont, sobre novela de Mary Shelley. Fotografía: Robert Pratt. Música: Patrick Doyle. Productor: Francis Ford Coppola. Elenco: Robert De Niro, Kenneth Branagh, Helena Bonham Carter, Tom Hulce, Aidan Quinn, John Cleese, Ian Holm.
Nota publicada originalmente el 23/1/1995.

Mary Wollstonecraft Godwin, joven amante (más tarde esposa del poeta Percy B. Shelley), había subtitulado El moderno Prometeo a su arquetípica novela gótica, escrita en 1816 como respuesta al desafío lanzado por Lord Byron durante un verano de ocio y lujuria en la residencia suiza de Villa Diodati donde ella y amigos pasaban unas vacaciones. Dese ese subtítulo, el libro establecía ya un claro paralelo entre el mitológico personaje que robó el fuego a los dioses, y el científico que en su búsqueda del secreto de la vida desencadenaba fuerzas que no podía controlar.

Es acaso esa intuición central de la novela, la denuncia de la “peligrosidad” del impulso prometeico, lo que ha nutrido su capacidad aterrorizadora y determinado su perdurabilidad, multiplicada y a menudo deformada por numerosas variaciones cinematográficas, más allá de la desarmante cursilería de su estilo literario. El fracaso del doctor Víctor Frankestein es el fracaso del mito del Progreso, del optimismo iluminista del siglo XVIII que todavía impregnaba el entorno de Byron y Shelley, y del que la joven Mary había aprendido ya a desconfiar.

No en vano un siglo y medio después, en una espléndida y demorada variación novelesca del mito (Frankestein desencadenado), el escritor de ciencia ficción Brian Aldiss podría confrontar a la creación de Mary Shelley, la autora y sus amigos, con un viajero del futuro que revelaba a esos ingenuos a dónde había ido a parar la Humanidad con tanto progreso. La revelación, verdaderamente apocalíptica, era rechazada como imposible por Byron y Shelley, pero sorprendía menos a la joven Mary, una mujer pesimista y lúcida que luego escribiría una novela sobre El último hombre. Sin ella saberlo, Mary Shelley era ya posmoderna. Probablemente por eso Frankenstein tiene todavía algo que decirle al lector y el espectador de hoy.

Esta versión cinematográfica de Kenneth Branagh se mantiene más cerca de la novela que casi toda adaptación realizada hasta la fecha (hay en todo caso una variante filmada en coproducción con Suecia, protagonizada por Per Oscarsson, que se le aproxima), y hasta conserva la historia del explorador polar capitán Walton (Aidan Quinn) como marco para el extenso flashback que constituye la historia del doctor Frankenstein y su horrenda Criatura: como ya lo había sugerido Mary Shelley, el film establece una secreta identidad entre Frankenstein y Walton, dos obsesos del progreso, dos hombres que se internan en lo desconocido y juegan con el desastre.

Puesto a narrar un clásico de la novela gótica, género en el que había incursionado en su anterior Volver a morir, Branagh no se concede demasiadas transgresiones. Menos personal pero también menos megalómano que su coproductor Francis Ford Coppola, no pretende innovar dentro de la tradición, no atosiga a su espectador con efectos pirotécnicos, y logra lo que Coppola no consiguió con su Drácula: narrar una aventura fantástica y terrorífica con personajes consistentes y un desarrollo que atrapa el interés del espectador.

El libreto se toma más tiempo que Mary Shelley en fundamentar la factibilidad científica de su historia (toda una serie de referencias a la electricidad y la acupuntura, quizás destinadas a convencer a espectadores contemporáneos más escépticos que los lectores de hace dos siglos), y sintetiza en cambio con algún exceso uno de sus ángulos más atrayentes (el proceso que convierte a la Criatura en un ente destructivo, consecuencia del rechazo humano y no de una maldad intrínseca), pero las grandes líneas están respetadas y el relato se sostiene sin desfallecimientos durante las dos horas largas de proyección.

El Frankenstein del propio Branagh se ve favorecido por el estilo impetuoso y un poco exagerado del actor, al que Branagh director acompaña con algunos vértigos de fotografía y montaje en las secuencias de creación de la vida: es exactamente la clase de joven brillante absorbido por una idea que no mide adecuadamente los alcances de sus actos hasta que es demasiado tarde. Por su parte De Niro se permite otro de sus prodigios de transformación física pero lo acompaña con dosis de patetismo y comprensión psicológica para su Criatura, aunque el libreto apure un poco demasiado sus vaivenes entre la máquina de matar y el ser angustiado que se interroga sobre su identidad y confronta a su creador. Un notable diseño de producción (es al igual que el Drácula de Coppola, una película “cara”) y un minucioso trabajo fotográfico que sabe sacar partido de sus interiores inquietantes, sus edificios antiguos y un espléndido paisaje nevado que añaden atractivo visual a la historia.

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

Autor: Guillermo Zapiola

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *