LAUREN BACALL

Publicado originalmente el 14/8/2014.
«Si me necesitas silba. Sabes cómo se hace, ¿verdad? Uno junta los labios y sopla». La frase se la decía Lauren Bacall a Humphrey Bogart en Tener o no tener de Howard Hawks, el film que los reunió y que la lanzó al estrellato.

El mundo del cine no había terminado de despedir a Robin Williams cuando se enteró de la muerte de Bacall, ocurrida el pasado martes a consecuencia de un accidente cardiovascular. Mientras se preparaban los funerales no se ha permitido a nadie acercarse al legendario edificio Dakota de Nueva York, donde vivía y donde murió (pero alguien se las arregló para colocar un ramo de rosas rojas en la verja del patio de atrás, burlando la vigilancia de tres atentos porteros). Varios cables se han encargado de informar que se fue «la última leyenda de Hollywood» (en realidad quedan vivas tres o cuatro: Olivia de Havilland, Kirk Douglas, Maureen O`Hara, Luise Rainer), y que había muerto «la viuda de Humphrey Bogart», omitiendo el segundo matrimonio de Bacall, entre 1961 y 1969, con el excelente Jason Robards (quien dicho sea de paso, se parecía extrañamente a Bogey: diríase que Lauren fue siempre fiel a un determinado tipo de hombre).

Es cierto que entró en el cine por la puerta grande, del brazo de Bogey. Tenía 19 años cuando Slim, la esposa de entonces del director Howard Hawks, llamó la atención de su marido hacia ella, que antes había hecho teatro y que se convirtió de la noche a la mañana en la protagonista femenina de Tener o no tener (1944), una suerte de «ersatz» hawksiano de Casablanca inspirada en la novela homónima de Ernest Hemingway. Allí se encontró con Bogart, de 44 años, y saltaron chispas. Había nacido en Nueva York el 16 de septiembre de 1924, hija de un matrimonio de inmigrantes judíos. El padre estaba emparentado con alguien famoso: el ex presidente de Israel Shimon Peres, de quien Lauren afirmó ser «prima hermana» (incidentalmente, durante el rodaje de Tener o no tener debió soportar abundantes chistes sobre judíos del notorio antisemita Hawks, quien nunca llegó a darse cuenta de que tenía a una judía delante de las narices; ella se calló la boca, claro).

Tener o no tener fue un precoz ejemplo de madurez estelar: la mezcla de sensualidad y seguridad para plantarse ante la cámara que Lauren mostró allí nunca la abandonó. En los años cuarenta se convirtió en una de las reales musas del cine negro, género que conoció entonces una culminación y que practicó bajo las órdenes de Hawks (Al borde del abismo, 1946, sobre la novela El sueño eterno de Raymond Chandler, con Bogart en el papel de Phillip Marlowe), Delmer Daves (La senda tenebrosa, 1947) y John Huston (Huracán de pasiones, 1948). En todos esos casos Bogey fue su pareja en la pantalla. La relación generó alguna festejable broma en la pantalla: en una escena de Cómo pescar un millonario (1953, director Jean Negulesco), las cazafortunas encarnadas por Marilyn Monroe, Betty Grable y Lauren discutían las posibilidades de diversos candidatos al matrimonio, y una de ellas proponía «a ese actor que trabajó en La Reina Africana«. Lauren lo descartaba por «demasiado viejo». Estuvieron casados hasta la muerte de él en enero de 1957. El actor padecía cáncer de esófago y eso estaba reduciendo su capacidad de trabajo en sus últimos años: un papel que fuera escrito originalmente para él (el del capitán del barco de Callejón sangriento, 1955, director William Wellman) debió ser reescrito para John Wayne, aunque Lauren conservó el protagonismo femenino (volvió a actuar con Wayne en 1976 en El tirador de Don Siegel, la melancólica despedida del Duke). De hecho, Bacall actuó con varios de los grandes de Hollywood: no solo Hawks, Daves y Huston sino también Minnelli (Pasiones sin freno, 1955; Designios de mujer, 1957), Douglas Sirk (la notable Palabras al viento, 1956) y varios más.

En los últimos años sus apariciones en cine se habían espaciado, pero siguió corriendo riesgos (por ejemplo, un papel en la polémica y experimental Dogville de Lars von Trier), continuó haciendo teatro, escribió sus memorias y siguió apoyando causas liberales. Junto a Bogart había tomado partido contra el maccarthysmo en los años cincuenta, y apoyó las candidaturas demócratas de Adlai Stevenson y de Robert Kennedy (las malas lenguas de Hollywood afirmaron incluso que fue amante del primero de los mencionados políticos). Y siguió siendo una discutidora hasta el final: en más de un reportaje se manifestó sensatamente en contra de la mediocridad del Hollywood de hoy, con varias acideces hacia el estrellato de Tom Cruise y otros colegas. Uno de sus enojos recientes fue la saga Crepúsculo, que tuvo que ver obligada por su nieta. «Ella me dijo que eran las mejores películas de vampiros que jamás se habían realizado», contó Bacall, «una vez que la película acabó, quise golpearla en la cabeza con mi zapato». Poco después Bacall le regaló a la niña un DVD del clásico de 1922 Nosferatu, dirigido por Friedrich W. Murnau y le informó que «eso era una película de vampiros», no la bazofia de la serie de Stephenie Meyer.

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

Autor: Guillermo Zapiola

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

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