PRIMER PLANO

PRIMER PLANO (Nema-ye nazdik). Irán 1990. Director: Abbas Kiarostami. Guión, fotografía y montaje: Abbas Kiarostami. Música: Kambiz Roushanavan. Producción:Kanun. Elenco:Hossain Sabzian, Mohsen Makhmalbaf, Hasan Farazman, Hushang Shahal, Mehrdad Ahankhah.
Publicado originalmente el 29/7/2002.

Las nociones de “documental” y “ficción” se desdibujan rápidamente mientras se aprecia esta inclasificable y espléndida película iraní. En principio, se trata de la dramatización de un caso autentico, recreado por sus verdaderos protagonistas, mezclando el registro directo de la realidad con escenas reconstruidas actuadas por ellos mismos. Pero lo que el director Abbas Kiarostami hace con ello va bastante más allá.
Convendría ciertamente conocer algo de farsí (idioma que se habla en Irán) para saber hasta qué punto el título castellano corresponde al original. La película sugiere un probable significado ambiguo: parece aludir al mismo tiempo al “primer plano” cinematográfico que explora obsesivamente los rostros de sus personajes, pero también a la “primera plana” periodística que le dio origen. Si hasta un simple título admite más de una lectura, qué pensar de lo que viene después.
El caso es de un individuo llamado Hossain Sabzian, que se hizo pasar por el famoso director de cine Mohsen Makhmalbaf y sustrajo una pequeña suma de dinero a la familia burguesa de Teherán cuya casa eligió para un fingido rodaje. Pero el film es mucho más que la crónica de un episodio curioso y su dilucidación ante los tribunales, donde el director Kiarostami obtuvo permiso para introducir sus cámaras.

En primer lugar se trata de un testimonio entrañable y conmovedor. El impostor resultó ser un desempleado cuyo primer objetivo fue la obtención de una cena gratis, pero también un fanático del cine que admira a Makhmalbaf porque sus películas hablan “directamente a los pobres y los no privilegiados como yo”. Puesto en marcha el mecanismo, Sabzian descubrió que su engaño generaba en los demás las dosis de admiración y respeto que nunca había experimentado, y trató de prolongarlo todo lo posible. A cierta altura, sin embargo, parecería igualmente haber empezado a creer en su propia ficción: hay que verlo en plena sala del tribunal, explicando por qué pidió a la familia que lo acogió que cortara algunos árboles de su jardín “para que no estorbaran la ubicación de la cámara y la iluminación de la escena”. En ese momento, los límites entre la realidad y la fantasía se marchitan como los bordes de una hoja de lechuga.
Otro acercamiento a Primer plano debería destacar su carácter antropológico de aproximación a tipos, costumbres y dramas de la realidad iraní. Sin querer queriendo, a través de un juego de espejos en los que las cosas se deforman y refractan, surgen sin embargo en el film, inequívocamente, los datos del desempleo y la frustración vital que golpean al imaginario cineasta pero también a la familia de mejor nivel económico en cuyo medio trata de insertarse (dos hijos ingenieros, uno sin trabajo, el otro director de una panadería). Por esa vía, el director Kiarostami se abre una realidad social que tiene sus contrastes, en una actitud que seguramente obtuvo la aprobación de su colega Makhmalbaf y del imitador e improvisado actor Sabzian.

Pero hay un tercer nivel en el que también juega el film, y que acaso está más cerca de los intereses personales de Kiarostami: la idea del cine mismo como el impostor por excelencia, la mentira esencial del arte que, como alguna vez lo señalara paradójicamente Picasso, se convierte en un atajo para llegar a la verdad. Casi se percibe la fruición con que el director se empeña en cuestionar las seguridades de su espectador, entrando y saliendo del espacio fílmico, haciendo preguntas en off y recordando, aquí y allá, que lo que se está viendo no es la realidad sino una película. Por supuesto, Sabzian mintió cuando se hizo pasar por su admirado Makhmalbaf, y nada prueba que no vuelva a hacerlo cuando cuenta su versión de los hechos para ganarse las simpatías de sus acusadores y del juez. Kiarostami inquiere en ese momento si preferiría ser director o actor. El hombre responde que se inclina por la segunda actividad, y el cineasta retruca entonces “¿y ahora, está actuando?”. En ese y otros momentos, el film mismo se encarga de recordar que puede ser otra mentira, consciente o no. Esa idea atraviesa todo su metraje y se prolonga en la posterior reflexión de su perturbado espectador.

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

Autor: Guillermo Zapiola

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

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