ROMA

ROMA. México/Estados Unidos 2018. Dirección, guión y fotografía: Alfonso Cuarón. Producción: Participant Media/Esperanto Filmoj, distribuida por Netflix. Elenco: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira, Marco Graf, Diego Cortina Autrey, Carlos peralta, Daiela Demesa, Nancy García García, Verónica García, Latin Lover.
Publicada originalmente el 1/2/2019.

Es raro. Una película mexicana en blanco y negro, hablada en español, premiada en todos lados, mencionada a cada rato hasta en la CNN y estrenada casi al mismo tiempo en Netflix y en una de las nuevas salas de Cinemateca Uruguaya es, por lo menos, un fenómeno infrecuente. Se llevó el León de Oro a mejor película en Venecia, los Globo de Oro a mejor dirección y película en lengua no inglesa, los Critic’s Choice a mejor película a secas, dirección, fotografía y mejor película en lengua no inglesa, mejor película según los British Independent Awards, premios de varias asociaciones de críticos y finalmente el Oscar a película extranjera, mejor dirección y fotografía.

Hay varias maneras de valorar esa catarata de premios y candidaturas. La más tonta de todas, defendida en términos generales por conspiranoicos impresentables como Daniel Estulin, es la de que la industria cinematográfica (en este caso Netflix) tiene comprados a todos los jurados del planeta o casi, y que el trío de cineastas mexicanos internacionalmente exitosos (Iñárritu, del Toro, Cuarón) son en realidad latinos que se han prostituido  en los altares del Sistema para otorgarle a éste un aura de credibilidad. El punto puede ser desmentido por cualquiera que haya integrado alguna vez un jurado y sabe lo difícil que resulta que tres o cinco personas se pongan de acuerdo con respecto a la calidad de algo. Que lo hagan miles de personas en medio planeta es por lo menos delirante. Por supuesto, los millones de Netflix  han ayudado a la visibilidad de la película, pero esa plataforma ha apoyado también un montón  de bodrios que nadie premia, incluido el último de Sandra Bullock. Sus dólares no lo explican todo. No es fácil comprar al mismo tiempo al jurado de Venecia, a los periodistas extranjeros que otorgan los Globos y a los seis mil tipos/as que disciernen el Oscar por voto secreto. Cospiranoia por conspiranoia, es más creíble la afirmación (que corre por Internet, palabra) de que los jesuitas hundieron el Titanic.

Hay explicaciones alternativas menos disparatadas y más plausibles, que  dan cuenta no solo del fenómeno Cuarón sino también de sus colegas del Toro e Iñárritu. La elevación de los costos de producción ha minado la tradicional capacidad del mercado norteamericano para recuperar internamente los costos, y está favoreciendo que la industria le preste atención a talentos de afuera. Cuarón ha demostrado por su parte ser un tipo versátil, que ha hecho en su país algunas películas atendibles (Solo con tu pareja, Y tu mamá también, esta Roma) pero que también se maneja con talento en proyectos internacionales donde hay sensibilidad e imaginación, desde la encantadora La princesita hasta la sólida actualización dickensiana de Grandes esperanzas, el mejor Harry Potter (H.P. y el prisionero de Azkabán) y una inteligente película de anticipación (Niños del hombre). Por supuesto, cuando Hollywood decidió premiarlo con un Oscar lo hizo por su película más convencional, Gravedad (con Sandra Bullock, casualmente), pero así es Hollywood. De todos modos no era una mala película, aunque no necesitaba a Cuarón para dirigirla.

Esa habilidad para moverse dentro de la industria y también en los márgenes de ella puede explicar también en parte la existencia y el éxito de Roma.  Alguien puede haber dicho: “bueno, el muchacho ha filmado ya varias películas exitosas; que se saque un gusto personal”. Ese gusto personal es una evocación, vaya uno a saber cuán ficcionalizada, del México de la infancia del director y de las domésticas que poblaron su casa de clase acomodada, pero es también un retablo social y humano que evita el panfleto y el maniqueísmo, que vuelca gran parte de su anécdota a través de una mirada discreta, indirecta, como en escorzo. Es  decir, el estilo que hace que los distraídos digan que en una película “no pasa nada” aunque pase muchísimo.
Se ha evocado al neorrealismo a propósito de esta película de época minimalista. Las similitudes son solo superficiales: atención a los perdedores de la sociedad, fotografía en blanco y negro. También hay diferencias importantes: mucha menos improvisación, una puesta en escena extremadamente cuidadosa y hasta sutil, una serie de subplots (por ejemplo, la crisis matrimonial de la dueña de casa) que solo se informan de manera lateral, casi como al pasar. Y cuando la Gran Historia (manifestaciones y matanzas callejeras) irrumpen en el cuadro lo hacen de improviso, como algo que ocurre de manera inesperada, con sorpresa para los propios personajes. ¿Falta de compromiso social, como ha dicho otro distraído? ¿No querer profundizar en la realidad, incluyendo ese fascismo latente en el personaje de la pareja fugitiva de la protagonista? ¿O más bien, el punto de vista de una empleada doméstica que no entiende mucho lo que pasa , y de un director que recuerda su infancia en la que seguramente tampoco entendía gran cosa, y esa realidad exterior era justamente eso, una realidad exterior y ajena?

Quedarían muchas cosas para decir, pero una es inevitable. Con toda su calidad, Roma es también una muestra de cómo está Hollywood hoy. Que esta película talentosa pero en cierto modo marginal se haya acercado al Oscar prueba que la industria tampoco tiene gran cosa que ofrecer: a lo sumo un puñado de títulos atendibles de los que nos habremos olvidado dentro de dos años, como nos hemos olvidado de todas las películas ganadoras del Oscar desde 1978 salvo Vivir al límite de Kathryn Bigelow y La forma del agua de Guillermo del Toro.

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

Autor: Guillermo Zapiola

Hace más de 68 años que veo películas, escribo sobre ellas hace más de 50.

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